En mi infancia, adolescencia y parte de mi primera juventud, fui asmático. Digo ‘fui’, no porque haya dejado de ser asmático, sino porque han pasado muchos años desde mi última crisis o visita al hospital.
De pequeño recuerdo que usaba Terbasmin y el Pulmicort, unos broncodilatadores utilizados como rescate ante un ataque de asma que se caracterizaban por ser de diferentes colores en su rosca: uno azul y otro marrón. Uno se utilizaba diariamente, y otro en ataques. Mi madre tenía que ir a la farmacia cada poco tiempo porque no me duraban mucho. Después de someterme a todas las pruebas y vacunas necesarias, se descubrió que era alérgico a elementos ambientales estacionales. Yo era pequeño y esto no lo entendía, sólo que me ponía muy mal de vez en cuando y tenía que acudir al hospital.
A principios de mis veinte años, cambié al Ventolín. Fue un descubrimiento con un efecto más potente y rápido. Sin embargo, venía con más efectos secundarios y un alto riesgo de adicción debido al salbutamol, lo que me llevó a depender del producto como si fuera una droga. Recuerdo tener que tomármelo cada noche antes de irme a dormir, tuviera asma o no. Se convirtió en una adicción fisiológica y psicológica. Si no tenía mi Ventolin encima, ya notaba que me asfixiaba, aunque no tuviera motivos para ello. Gracias a Dios, siempre he estado en buena forma física y al menos no he tenido condiciones agravantes al estado que ya padecía.
El punto de inflexión fue una visita en el 2018 a Neumología para que me hicieran pruebas específicas y ver qué solución me daban al respecto, ya que después de más de veinte años como asmático, estaba cansado, pues me afectaba en el día a día. Para mi sorpresa, me dijeron que tenía una capacidad respiratoria por encima de la media, debido a la gran cantidad de ejercicio físico que hacía en aquel entonces y que en las pruebas no se apreciaban signos de problemas en los bronquios, sino que simplemente padecía de asma alérgico estacional, algo muy común. Me dijeron también que estaba en la frontera entre ser asmático y el no-asmático, pero que me tenían que seguir tratando como asmático por mis crisis ocasionales. La solución: Me recetaron, de por vida, antihistamínicos en época de grandes concentraciones de gramíneas, polen, etc. Fue algo que me hizo reflexionar mucho. Pensé que era muy joven para tener que medicarme de por vida, no le encontraba sentido. Algo que, en retrospectiva, veo importante, es que me revelé ante el diagnóstico. Pensé que si era profesor de yoga (acababa de abrir Achala en Enero de 2018), el yoga tenía que tener alguna solución al respecto diferente a una medicación de por vida. Decidí, entonces, arriesgarme, y no consumir los antihistamínicos que me recetaron. Confié en el Yoga y su ciencia milenaria, consciente de que aún enfrentaría desafíos y crisis en el futuro.
Durante 2018 y parte de 2019, sufrí ataques de asma recurrentes, algunos tan severos que requerían visitas hospitalarias. Mi adicción al Ventolin continuaba y aunque en la práctica de yoga que hacía por aquel entonces (Yoga Iyengar) se me empezó a instruir en pranayama, que son las técnicas de control respiratorio del yoga, no conseguía resultados y lo empecé a ver todo bastante negro. En esas noches con los bronquios cerrados, teniendo que volver a recurrir al Ventolin, pensé en claudicar, pero a pesar de todas las circunstancias en mi contra, no miré atrás y cejé en mi empeño de, primero, no tomar antihistamínicos y segundo, seguir ahondando en el yoga para encontrar la solución. Sabía que los tiros iban por la práctica de pranayama, pero aún no había dado en la tecla.
A mediados de 2019 fue cuando encontré a mi maestro Srivatsa Ramaswami, la práctica de vinyasakrama basada en las enseñanzas de T. Krishnamacharya y a mi profesor Óscar Montero. Entonces empecé a practicar pranayama y todas las técnicas respiratorias asociadas correctamente de forma tradicional siguiendo sus enseñanzas y directrices. Recuerdo haberme comprado el primer libro de Srivatsa Ramaswami, Yoga para las tres etapas de la vida, y subrayar, leer y estudiar todas las veces que se escribía “asthma”.
Algunas de estas técnicas que hoy día sé que tuvieron y siguen teniendo un gran impacto en mi estado respiratorio fueron:
- La respiración ujjayi incluida en la práctica de asanas y vinyasas.
- La introducción de pranayamas en una posición erguida.
- Toda la familia de pranayamas de ujjayi (Ujjayi, Anuloma, Viloma, Pratiloma).
- Nadi Sodhana pranayama.
- Kapalabhati-
- La práctica respiratoria correcta en sarvangasana y sirsasana, las posturas invertidas de yoga.
En otro artículo hablaré de estas técnicas, hoy me quiero centrar en mi historia personal con el asma.
Durante finales de 2019 y 2020, los ataques graves de hospital cesaron completamente y jamás volví a ir a Urgencias. Seguía padeciendo de vez en cuando algún brote, pero muchas veces los llegaba a controlar con los ejercicios que empecé a aprender. Ya que quería explorar todos los frentes, me compré unos libros sobre la ciencia médica de la India, el Ayurveda, y empecé a utilizar algunas recetas para el asma que también me ayudaron mucho. No fueron pocas las veces que me daba asma y lo contrarrestaba masticando pimienta negra. La aplicación de estas técnicas y remedios me tranquilizaba a tal punto que podía desviar mi atención y, como resultado, mejorar mi respiración. He de decir que en ocasiones tenía que recurrir al Ventolin, pero las inhalaciones se rebajaron a casos de urgencia estricta. Empezó a haber noches en las que no lo utilizaba, y se hicieron más frecuentes. Esto me hizo darme cuenta de algo: podía dejar mi adicción al ventolin y, lo que es más, podía volver a respirar con normalidad.
2021 fue el primer año de mi vida adulta que no tuve ningún ataque de asma. Ni siquiera en primavera. Empecé a dejar completamente el Ventolin. Lo dejé de utilizar durante el día y durante la noche. No lo utilizaba porque, simple y llanamente, no lo necesitaba. No tenía ataques de ningún tipo. Eso sí, las adicciones cuesta erradicarlas, y por tanto, aún lo llevaba siempre en el bolso «por si acaso». Aun así, no lo necesité.
En algún momento de 2022 dejé de llevar el ventolin en el bolso y lo guardé en un cajón, junto con todos los demás botes acumulados de años anteriores. La imagen fue muy surrealista ya que el cajón de mi mesilla de noche parecía un cementerio de ventolins: todos estaban vacíos. Ese fue el primero que guardaba sin usar. Lleno. Ni una sola aplicación. Esto no sólo quiere decir que no tuve ataques de asma, sino que me liberé de las cadenas de la adicción a un medicamento. Fue un momento que nunca olvidaré. Justo ahí empezaba una nueva vida.
En 2023 me mudé con Clara y nuestra hija Olivia a una casa más grande y en la mudanza tiré todos los botes. Creo que Clara aún me guarda alguno, pero hoy día no sé ni dónde están.
A punto de entrar en marzo de 2024, reflexiono sobre los más de tres años sin un solo ataque de asma. Esta ausencia de crisis ha marcado un hito en mi vida.
Como he escrito al principio, no puedo afirmar que no voy a tener más ataques o que he dejado de ser asmático, pero lo que sí sé es la realidad: que he evitado un tratamiento con antihistamínicos de por vida; que mi salud respiratoria se ha restaurado completamente y que, ante todo, he dejado la adicción a un medicamento.
Hoy quería contar este trozo de mi historia vital, para que quien haya llegado hasta aquí en la lectura tenga dos cosas en cuenta:
- Una práctica regular de ejercicio físico es fundamental. Si se tiene sobrepeso, malos hábitos, se fuma, etc., todo lo demás empeora. Gracias a Dios yo no partía con ninguna de estas condiciones preexistentes, lo cual me hizo tener una buena base para poder curarme a mi mismo. La primera recomendación sería: ponte en forma. Atiende tu estado general de salud.
- En general, la práctica de yoga ayuda a aliviar muchas enfermedades respiratorias. Confío en que una práctica hecha con constancia, sin interrupción y durante mucho tiempo, da fruto. Siempre lo da. Sin embargo, no todas las prácticas de yoga tienen este efecto que he descrito, o al menos no tan acentuado. Yo practiqué yoga muchos años, con diferentes estilos y profesores, y seguía con asma. La razón era muy simple: nadie me había enseñado las técnicas correctas, por lo tanto, las desconocía. Cuando descubrí Vinyasakrama todo cambió: Ujjayi, el control respiratorio consciente, técnicas de limpieza interna, Pranayamas, etc… hay muy pocos sitios donde enseñen estas técnicas, y quien las enseña tampoco lo hacen con un criterio definido, para qué sirven, cuando hay que hacerlas, cuando no, etc. Esto me lleva a poder decir con rotundidad que hay prácticas de yoga perjudiciales para la salud. En mi caso, las fuentes en las que me basaba para aplicar las técnicas en mí mismo eran correctas. Provenían de una fuente tradicional, y lo que es más, mi maestro Srivatsa Ramaswami fue asmático de joven, se curó también y años más tarde llegó a trabajar de profesor de yoga en la unidad respiratoria de un hospital, recuperando a decenas de pacientes.
Doy gracias al maestro de maestros, Tirumalai Krishnamacharya, por ser fuente de inspiración constante, haber revivido la práctica del yoga y ser el maestro más influyente del siglo XX.
Doy gracias a mi maestro, Srivatsa Ramaswami, cuya enseñanza y libros me permitieron y permiten profundizar en la teoría y práctica de pranayama, entre muchas otras cosas.
Doy gracias a mi profesor, Óscar Montero, con el cual hice mi primera práctica de pranayama sentado en navidades de 2019 y me ayudó a descubrir el que para mí fue la clave de mi recuperación: la respiración ujjayi.
Doy gracias a Dios, por permitirme subir a hombros de gigantes y ver más allá.
Muchas gracias.
Soy Adriano, fundador de Achala, un centro de yoga donde enseño con pasión y amor desde 2018. Me inicié en el yoga hace 10 años y, desde entonces, me dedico a aprender y transmitir su esencia. Mi objetivo es enseñar lo que realmente significa el yoga: concentración y paz mental.